La morena insulsa #LasHistoriasDeAnnie #unacartaparati
Estimado señor:
Hace algunos meses me disponía a entrar en una conocida librería de Madrid. Más bien peleaba con la enorme puerta que parecía resistirse a dejarme entrar. Cuando una mano se agarró al borde de la misma para sujetarla. Alcé la vista y descubrí a un hombre de unos setenta y muchos años, de aspecto enfermizo y hablar refinado, cuyo rostro reconocí de inmediato. Una mueca contenida de sorpresa se dibujó en mi cara, pero nunca fui de las que engrandecen el ego de los otros ni mucho menos de las que señalan con el dedo; así que no dije nada al respecto.
Usted me regaló su mejor sonrisa, le di las gracias e insistí en dejarle paso. Sí, insistí reiteradamente porque, no sé si como usted dice seré insulsa, pero lo que puedo asegurarle es que sí soy testaruda. Insistí y usted se negó, aferrándose a la puerta, en lo que parecía ser una pelea por discernir cuál de los dos tenía más grande el orgullo. Cedí indignada ante su incapacidad de aceptar lo contrario.
Yo con mi gesto más altanero, lo reconozco, zarandeé la cabeza y entre dientes murmuré para mí misma un “¡machista!” que provocó que su expresión tornara; lo que me advirtió que mis palabras habían llegado a sus oídos. Con mi insulsa sonrisa, sin darle mayor importancia al asunto, le deseé por educación que tuviera un buen día. Me mordí la lengua para no añadir “señor Gran Escritor” y volver a perturbarlo con el descubrimiento de mi secreto. Sabía perfectamente quién era usted. Yo continué con mi insulsa vida, mientras usted saludaba a la dependienta y se perdía entre los aromas del éxito literario.
Sé que herí su orgullo y que ante sus ojos dejé de ser la señora que necesitaba ser salvada ante el infortunio de una puerta peleona para convertirme, según sus palabras, en un desecho social; el resultado de una sociedad progre sin valores; la mujer insulsa que no era merecedora de sus atenciones; y a la que de nada serviría la lectura de aquellos libros que se atesoraban en la enorme librería de Gran Vía.
Usted tuvo sus motivos para sostener aquella puerta, argumentos que ha compartido para regodeo de sus palmeros: cortesía, tradición y educación; pero… ¿sabe qué? Yo también tuve los míos. Respeto a su figura literaria; educación, a los ancianos siempre se les cede el paso; y principios, romper estereotipos.
Una última cosa… ya que se sintió tan ofendido, y como esa nunca fue mi intención, le pido disculpas por usar la palabra “machista” a la ligera. Más si cabe, cuando ha demostrado con creces que usted es más que eso… mucho más.