El discurso del odio | No hemos aprendido nada
La inmigración “siempre” ha sido considerada un problema. Son los que quitan el trabajo, los que obtienen beneficios, los que traen miseria y delincuencia. Pasan los años, cambian los rostros… pero el discurso del odio y la mentira sigue imperturbable. ¿En serio? Tras millones de años en este mundo, ¿no hemos aprendido nada?
Actualmente, estoy leyendo el libro “El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz” de Jeremy Dronfield; un escritor e historiador inglés que ha novelizado la historia real de la familia Kleinmann, una de tantas familias que fueron separadas, humilladas y destruidas por el sin sentido del nazismo.
La lectura del libro junto al auge de la ultraderecha en España, me lleva a una irremediable reflexión sobre las ideas y situaciones que un día sacudieron Europa, y más tarde gran parte del mundo, y que siempre renacen en tiempos de crisis.
Primero los de aquí
Sí, así es; aunque se empeñen en ocultarlo, el mensaje tiene una clara raíz económica donde el verdadero problema no es el diferente, es la posibilidad de perder o no obtener nuestro trozo del pastel por la presencia de un nuevo ser que, para horror de ciertas personas, encima es extranjero.
La riqueza y el ansia de poder escondidos tras la vehemente afirmación «es por el bien de todos»; sin embargo, no es más que la lucha por el bien de unos pocos a costa del de unos muchos.
Una y otra vez, el recurrente discurso político de culpar a los otros de la propia incapacidad, corrupción y malas decisiones de los mismos que prometen defender nuestros intereses; mientras lo que realmente defienden son los suyos.
Homosexuales, judíos, negros, extranjeros… no importan las etiquetas ni el nombre que queramos darle; no importa el siglo ni lo evolucionados que nos creamos. Seguimos siendo peones contra peones, mientras el alfil nos hace «jaque».
Trabajo Social
Hoy, más que nunca, la figura del trabajo social adquiere gran importancia. Nos toca luchar contra el odio, contra la mentira, contra la intolerancia… nos toca remangarnos y movilizarnos para no permitir que la historia se repita; porque, a pesar de que suene fatalista, es mejor que las circunstancias nos quiten la razón por nuestro esfuerzo y nos digan “al final no pasó nada” que ser testigos de un nuevo panorama donde la normatividad es marcada por unos estereotipos reduccionistas, discriminatorios y muy alejados de la defensa de los derechos humanos. Demostremos que hemos aprendidos del pasado.